Momentos

Por: Soledad Arias

Hay momentos en la vida en que nos paramos a pensar un poco, o la vida misma, de una u otra forma nos detiene para que pensemos hacia dónde vamos, qué buscamos, qué queremos.

Vivimos tan sumergidos en nosotros mismos, vivimos tan sumergidos en conseguir cosas, que a veces ni siquiera sabemos que es eso que queremos conseguir, eso que queremos tener, pero corremos igual y corremos tan rápido hacia quién sabe dónde que no podemos ver lo que hay a nuestro alrededor. Mientras corremos todo pasa, pero cuando nos detenemos a tomar aire, nos percatamos de que la meta está lejos, que ni siquiera podemos distinguirla y nos asustamos y nos preguntamos si podremos llegar, y miramos para atrás y miramos para los costados y volvemos a mirar hacia ese lugar dónde queremos llegar, pero seguimos sin distinguir qué es, qué hay, quién nos espera. Pero queremos llegar. ¿Para qué? No lo sabemos, solo queremos llegar. Inflamos el pecho, aprovechamos esa ráfaga de viento que la naturaleza nos regala y una bocanada profunda alcanza para continuar la carrera.

Es menester hacerlo. Pero en un momento más que preciso, oscurece y ya es difícil seguir, el camino se nubla, la meta se pierde entre frustraciones y desilusiones. Un nuevo intento, una nueva bocanada no alcanzan para continuar y quizas una lágrima irrumpe manifestándose insatrisfecha.

Por fin nos detenemos. Despacio. Agotados. Cohibidos y una voz suave, dulce, comprensiva nos susurra. No sabemos de dónde viene, ni por qué nos habla, pero no dudamos en prestar atención a sus palabras. Es una voz tan eternamente agradable, tan parecida al sonido del mar... y nos habla de amor, de luces interiores, nos dice que dejemos de correr, que solo caminemos con esperanza, con alegría, con sueños, con lucha. Nos cuenta que la meta está acá, a nuestro lado, muy cerca, todos los días.

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